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Opinión | Abogado
11/1/2025 05:36
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Actualizado: 11/1/2025 01:39
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No. No le conozco.
Sí sé detectar, tras veinte años de ejercicio, cuándo un abogado o abogada demuestran su impericia, falta de moral, u orfandad de criterio en un caso concreto. Cuándo, por no llevar razón, o por no saber traducirla en consecuencias jurídicas que le convengan y retribuyan, por cierto, buscan culpables en todos menos en sí mismos.
Se denomina soberbia impotencia, la cual, asociada a la mala fe jurídica, y a una pretendida socialización aprovechada y a conveniencia de un mal resultado judicial, son susceptibles de provocar, con la ayuda de terceros interesados en defenestrar a la ucranizada Independencia judicial española, consecuencias imprevisibles, de las que trato de prevenir, seguramente sin éxito.
En distintas sedes judiciales de España, los jueces –cada vez más– estamos acostumbrados a cobrar noción de querellas o quejas frente a nosotros como consecuencia de una decisión que, a quien no ayuda, concibe no solamente errónea, sino manifiestamente cruel, prevaricadora, o dolosamente perjudicial para sus intereses.
Como lo hacen los gobernantes, también lo hacen los particulares. Muy básico. Atacar a quien no puede defenderse, y a quien difícilmente defenderá el órgano constitucionalmente previsto para ello.
En este caso hablamos de un Poder del Estado a quien en parte se trata de dinamitar con comentarios que, desde el punto de vista de la historia, provocan sensación de obscenidad, y desasosiego.
Los jueces no se nombran a dedo. Estudian, se preparan, y saben, en su inmensa mayoría. Y las decisiones erróneas, se revocan en su inmensa mayoría. Tal es la razón de que los grandes abogados sean normalmente aquellos a quienes los jueces dan más la razón.
La sociedad, el pueblo, sin embargo, recibe directamente el eco gestual, verbal y postural de algunos que les gobiernan, y si estos, en casi necio y autolesivo ejercicio de irresponsabilidad, transmiten al electorado continuamente que un canguro es un koala, en pocos meses habrá una proporción considerable de ciudadanos que así lo piensen.
«El fracaso se ha tornado insulto, posible difamación, y amago de calumnia. Y desconozco la fuente de tanto odio, o acaso complejo».
Un canguro es un koala. Un juez es franquista. Tengo miedo.
¿Por qué?
Basta ya.
Son cada vez más. Cada vez más. Igual porque a quien más compete sustentar o apoyar el equilibrio, la lealtad y el respeto institucional, embriagado de subjetividad y emoción, no le brotan iniciativas verdaderamente sabias y productivas a largo plazo. ¿ Y si aún no se ha dado cuenta de que la virtud es el único camino?
Los entiendo humanamente, vaya por delante. Pero también que la solución, que corresponde a los mandatarios políticos, está en educar en la presunción de inocencia, y no en el odio.
No en el odio.
En ser ejemplar.
GENERACIÓN DE DESCONFIANZA
Y es que, volviendo al asunto de ese letrado, cuando la reacción profesional a que vengo haciendo referencia, ante un fracaso procesal, procede de un ejerciente de la abogacía, que no solo se queja, sino que realiza inmoralmente una campaña de desprestigio de quien ha producido su fracaso profesional, la cuestión no es irrelevante desde el punto de vista de la convivencia.
No. Va más allá.
Genera desconfianza hacia quien más lo necesita.
Sobre todo ahora, 2025, año en que ya casi nadie respeta a la Ciencia del Derecho, y se empieza a practicar el terrorismo jurídico, como si, por razones incomprensibles, se empezaran a aplicar en los hospitales las inyecciones letales ante infecciones urológicas.
En el mundo del despreciado y bombardeado Derecho -de cuya ignorancia beben ya demasiadas fuentes informativas- cada vez son más quienes, aprovechando corrientes ideológicas o tendencias subjetivas de mayor o menor arraigo y buena fe, intentan, tras fracasar profesionalmente, achacar dicho fracaso a una especie de mala voluntad, maldad intolerable, o simplemente sesgo genético o de germen parental, de un juez o una jueza.
Eso es lo que acabo de leer. E intuir.
UNA JUEZA CONSIDERADA COMO BELCEBÚ
A un excéntrico, desbocado e impotente abogado que, tras fracasar en una iniciativa jurídica legítima, lejos de utilizar los cauces legales para conseguir una revocación, y sin apenas sosiego racional y clemencia, decide que una jueza española sea universalmente considerada como Belcebú, y que, al menos, sean los ciudadanos legos en Derecho quienes le apoyen.
Para pérdida de su crédito profesional entre quiénes de verdad conocen el Derecho.
Vender el alma.
Como si diez o quince años de preparación de una jueza no sirvieran de nada. Sin respeto, mesura, ni calidad humana. No lo puedo entender.
Abogado…, ¿ y si no llevas razón ?
En conclusión, y tristemente, el fracaso se ha tornado insulto, posible difamación, y amago de calumnia. Y desconozco la fuente de tanto odio, o acaso complejo.
Sí que sé que los buenos abogados, que son la inmensa mayoría, conocen y usan los cauces legales para recurrir una resolución judicial adversa, y no tratan, a modo de atajo tramposo, de aprovechar una especie de ola mediática o ideológica a favor para obtener un apoyo o refuerzo intelectual que acaso un insuficiente o mejorable bagaje jurídico no hayan sido capaces de obtener en beneficio de su cliente, que, dicho sea de paso, me merece el mayor de los respetos, y a quien deseo de corazón lo mejor en el caso de que el problema personal que plantea sea acreedor a ello desde el punto de vista de la respuesta judicial.
Dios –o quiénes sean en este país– nos protejan, y nos salven de este vulgar, cutre, precario y poco ejemplar ejercicio de mi venerado Derecho de Defensa, que solo es útil para provocar en la sociedad más desencuentro, polarización, y una creciente conciencia interesadamente hostil hacia quiénes, por preparación y experiencia, es posible que, junto con mis admirados fiscales y los buenos abogados penalistas españoles, más sepan de Derecho penal.
Defendamos al Derecho y a quienes mejor lo conocen, interpretan y aplican, al igual que a la Medicina y a sus grandes profesionales, si no queremos caer enfermos.
Que no te engañen.
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