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Opinión | ¡Qué diferencia entre mi primer juicio y el último juicio con jurado!

Opinión | ¡Qué diferencia entre mi primer juicio y el último juicio con jurado!
Luis Romero Santos, socio director de la firma que lleva su nombre, Luis Romero Abogados, y doctor en Derecho, explica en su columna lo que se espera que sean los jueces en su relación con los abogados y que algunos no lo son, según su experiencia. Foto: LRA.
12/11/2024 05:36
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Actualizado: 15/11/2024 08:35
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El miércoles pasado tuve la oportunidad de conversar un largo rato con el magistrado que presidió mi primer juicio penal. Precisamente, regresaba de Granada, donde había asistido a una vista del recurso de apelación defendido brillantemente por una compañera en el tribunal superior de justicia.

Como ella se refirió a las vulneraciones de los derechos fundamentales de su defendido y a numerosas anomalías procesales en el juicio con jurado en el que había ejercido la defensa, tantas alusiones a la indefensión de su patrocinado y al trato vejatorio que recibió, me recordaron a mi último juicio ante el tribunal del jurado celebrado en junio de 2022 y al que me he referido en otros artículos publicados aquí en Confilegal («La Espada de Damocles, acto primero», «La Espada de Damocles, acto segundo»; «La Espada de Damocles, acto tercero»; El cálamo y la tinta…)

Aunque hayan transcurrido ya más de treinta y tres años desde aquel juicio en abril de 1991, me acuerdo muchas veces de aquella mañana en la que yo estrenando mi traje azul, con la corbata negra y la camisa blanca, me encaminaba hacia los juzgados del Prado maletín en mano como un flamante abogado que orgulloso de su profesión iba a ejercer por primera vez en estrados.

Iba a defender a un empresario acusado de un delito de hurto y en las semanas antes me había preparado bien la vista: estudié el expediente, lo subrayé, me entrevisté varias veces con mi cliente, también con algún testigo, consulté con mi maestro y redacté mis notas para los interrogatorios y el informe.

También hice algo importante: asistí a varios juicios celebrados en el mismo juzgado de lo penal en el que iba a tener lugar el mío. Yo iba muy tranquilo a mi primera vista porque llevaba la defensa bien preparada y porque el juez que me había tocado era una persona educada, correcta, que trataba cortésmente a los abogados y me daba tranquilidad.

Mi vaticinio se hizo realidad y nada más entrar en la sala del tribunal, me sentí muy cómodo, asistiendo además a otros juicios señalados antes que el mío. Como si ya hubiera ejercido antes la defensa, interrogué a mi defendido, a los testigos y a un perito.

Finalmente, pronuncié mi informe final sin mirar mis notas.

Un hermano mío que había asistido a la vista me dijo que parecía que yo llevara ejerciendo muchos años y que le había gustado bastante mi intervención, pero claro, era mi hermano. El juez estuvo muy atento en todo momento y su manera de actuar fue la de un caballero.

Tanto es así, que aunque me habían aconsejado que al iniciar el juicio informase de que era mi primera vez en estrados, no lo hice para no parecer que pedía un favor y sentirme como un novato, aunque en realidad lo era.

SENTENCIA ABSOLUTORIA

Cuando recibí la sentencia absolutoria, fui inmensamente feliz, lo celebré con mi maestro y ese entusiasmo me ayudó aún más en la preparación de los siguientes juicios, que fueron muchos.

Hoy, tras más de dos mil juicios celebrados, sigo recordando mi primera experiencia como abogado defensor en sala que tuvo lugar solo cuatro días después de jurar como nuevo letrado ante mi decano.

Por eso, aquel día de junio de hace dos años, un día antes de mi santo, yo iba orgulloso hacia el foro portando mi maletín y mi toga a la primera sesión de mi juicio ante el tribunal del jurado en el que solicitaban a mi cliente veinte años y no cuatro meses como en aquella vista de mis inicios.

No había asistido antes a ningún juicio con el magistrado presidente del tribunal del jurado pero sí había intervenido en declaraciones ante él cuando era juez de instrucción, y el trato había sido correcto.

«Ser juez no es solo aprobar una oposición y ejercer su autoridad, es también ser una persona educada y correcta con los profesionales, con los justiciables, con los familiares de éstos, con los testigos, con los peritos y con todo el mundo».

No sé si por la confluencia de los astros aquel día o por otras causas que desconozco, el juez, tras volver de un café que se prolongó bastante con la fiscal del caso, después de permitir exponer a la acusadora pública su informe inicial sin ninguna interrupción, la tomó conmigo.

Aunque en la vista en el TSJA a la que asistí como oyente, el fiscal dijo en su informe que el magistrado presidente forma parte del tribunal del jurado, como si de un jurado escabinado se tratase, está claro que el magistrado en los jurados se dedica a dirigir el juicio y a ejercer la policía de estrados siendo los auténticos jueces los ciudadanos miembros del jurado que dictarán finalmente el veredicto que servirá de base para que el juez dicte la sentencia.

Bien, pues cuando habían transcurrido poco más de veinte minutos de mi alegato inicial ante el tribunal del jurado, fui bruscamente interrumpido por el magistrado advirtiéndome que ya iba repitiéndome.

No me quedarían más de quince minutos de informe y el magistrado no debería de haber cortado mi discurso ni una sola vez, aunque ante mi respuesta solicitando a la máxima autoridad flexibilidad ante su cortapisa, el director del juicio cortó mi palabra una y otra vez con malos modos y mal humor.

UNA SEÑORÍA EN «PLAN SOVIÉTICO» EN ESTE TRIBUNAL DEL JURADO

Pensando que le habría sentado mal el café al que no me invitó tras finalizar la selección del jurado o el alimento que tomó para acompañarlo, Su Señoría siguió en “plan soviético” en los interrogatorios, pero solo cuando yo preguntaba pues el trato con la fiscal era exquisito.

No obstante, como el alumno al que el profesor trata injustamente y sin embargo prosigue en su tarea, yo confiaba en poder ejercer mi defensa a pesar del acoso y derribo al que fui sometido.

Por eso, la otra noche en la que coincidí con mi primer juez y conversé largamente con él sobre el derecho y la justicia, me vinieron a la memoria escenas y sensaciones vividas en mi primer juicio con él que contrastaban con los momentos desagradables que yo recordaba del juicio ante el tribunal del jurado que no se grabó, según el presidente por problemas con el sistema de grabación (no dijo la verdad), y en el que tantos derechos fundamentales se vulneraron.

«Ser juez no es creerse superior a los demás ni ser prepotente ni soberbio aprovechándose del cargo: ser juez es ejercer la autoridad aplicando el derecho, tener vocación de servicio y compromiso con la justicia, pero también ser imparcial y tener una altura moral».

Yo hablaba con este educado juez y no podía dejar de pensar en su buen trato en mi primera vista, sin que me declarase impertinente ninguna pregunta, sin que me interrumpiese en mi informe, tan caballeroso.

Como debe ser, pues ante el noble ejercicio de la defensa y tras una ardua preparación de la misma, es lo que cabe esperar de un servidor público siempre que nuestra actuación sea también la correcta en el plenario.

JUECES SOBERBIOS

Siempre he confiado en todos los jueces y he esperado un trato considerado de los mismos, pero me he encontrado a jueces soberbios y arrogantes que delante de nuestros defendidos, el público e incluso alumnos míos, como fue el caso, han mostrado la peor cara de la justicia.

Y han influenciado a los miembros del jurado situándolos en contra del acusado y su defensor pues si a lo narrado anteriormente se añaden los largos interrogatorios del juez en el turno del abogado defensor, sus comentarios fuera de lugar y cómo no, sus instrucciones al jurado durante una hora examinado la prueba practicada y desacreditando buena parte de la favorable a la defensa, resultará que todo parecido con un juicio justo y con todas las garantías será un puro espejismo.

Si a eso añadimos la obstinación del letrado judicial en mantener que el acta del juicio era la mejor forma de documentar la vista, lo que mantiene en su recién publicada tesis doctoral, y que dicha acta era errónea e incompleta, resultará que en dicho documento no se recogen por ejemplo esas interrupciones, las faltas de respeto o las instrucciones del magistrado presidente, aún menos la prueba gráfica.

En mi caso, no me afectó anímicamente el comportamiento del magistrado pero siempre recordaré lo que me dijo una de las alumnas asistentes a la vista al finalizar la primera sesión: ¿Pero qué le pasa a este juez? ¡Parece como si tuviese algo personal contra ti! ¡Es que tú intentabas hablar y te interrumpía una y otra vez! Y era el primer juicio al que asistía esta recién graduada

Las otras cuatro alumnas presentes y una estudiante de primero de derecho mantuvieron una opinión similar ante el estupor por la forma de comportarse quién debe dar ejemplo y salvaguardar la imagen de la defensa ante los nueve miembros del jurado.

Pero sí hay muchos compañeros abogados que han salido del tribunal tras finalizar un juicio en el que no se les ha permitido ejercer el noble desempeño de la defensa como ellos y sus clientes tienen derecho y sí les ha influido negativamente, hasta el punto de abandonar algunos la profesión o al menos, la jurisdicción penal.

Yo puedo decir que estando ya en mi cuarta década como abogado, jamás he pensado en abandonar, precisamente porque la mayoría de los jueces son como el que tuve la suerte de tener en mi primer juicio.

Porque ser juez no es solo aprobar una oposición y ejercer su autoridad, es también ser una persona educada y correcta con los profesionales, con los justiciables, con los familiares de éstos, con los testigos, con los peritos y con todo el mundo.

Ser juez es respetar los derechos fundamentales del ciudadano investigado, procesado y/o encausado, dar un trato igual a todas las partes y no solo a la acusación pública, no conceder privilegios a ésta, respetar la ley, la doctrina y la jurisprudencia, y dictar una sentencia justa.

Ser juez no es creerse superior a los demás ni ser prepotente ni soberbio aprovechándose del cargo: ser juez es ejercer la autoridad aplicando el derecho, tener vocación de servicio y compromiso con la justicia, pero también ser imparcial y tener una altura moral.

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