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Opinión | CDL: Confidencialidad y “Without Prejudice” en la jurisdicción de Inglaterra y Gales (III)

Opinión | CDL: Confidencialidad y “Without Prejudice” en la jurisdicción de Inglaterra y Gales (III)
Josep Gálvez es un abogado español y "barrister" de la "Chambers" londinense 45 Gray's Inn Square. En esta tercera entrega sobre el concepto de "Without Prejudice" relata el caso del motorista Keith Morris contra el conductor de coche William Simon Williams, con el que colisionó. Morris fingió más daños físicos que los que había sufrido y la justicia le impuso un duro correctivo. Imagen: JG.
25/2/2025 05:40
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Actualizado: 24/2/2025 23:03
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Bueno, pues parece que ya tenemos algunas cosas claras con el dichoso ‘Without Prejudice’, como por ejemplo que no lo tapa todo.

Y es que además, como veremos en el caso de hoy, las mentiras traen consecuencias muy serias.

Recordemos que hay un viejo chascarrillo británico que dice que en Inglaterra puedes demandar por cualquier cosa, menos por llamar mentiroso a alguien.

Porque en este país, si te acusan de embustero, lo único que has de hacer es demostrar que no lo eres.

Y ahí es donde empieza el problema.

Si no, que se lo pregunten al bueno de Keith Morris, que un día de verano de 2018 iba feliz con su motocicleta por las calles de Sunderland hasta que un coche, conducido por un tal William Simon Williams, decidió que el derecho de paso era un concepto flexible y torta que crió.

Total, un accidente de tráfico sin misterio aparente: culpa del conductor del automóvil, lesiones del motorista y un caso de daños de manual.

Pero, amigos, esto es Inglaterra, y aquí el diablo está en los detalles y los abogados en las pruebas.

Porque lo que parecía una indemnización asegurada acabó nada menos que en la ‘High Court’ revisando unas curiosas grabaciones.

Bienvenidos a otro episodio de “el derecho inglés nunca defrauda”.

CUANDO LA PICARESCA TOPA CON EL ‘COMMON LAW’

Keith Morris, sin duda aconsejado por el cuñado de un amigo que “sabe de estas cosas”, presentó su demanda reclamando una generosa indemnización por los estragos que el accidente le había causado.

No discutiremos ahora si Williams tuvo la culpa, porque hasta su abogado lo reconoció.

Pero lo que sí quiso discutir con mucho entusiasmo fue el alcance de los supuestos daños sufridos por Morris.

Y es que el motorista, tras el accidente, debió de ver la luz: pasó de ser un ciudadano normal a convertirse en el epicentro del dolor y la desesperación.

Según su demanda, su vida había quedado arruinada, con secuelas que lo condenaban a una existencia llena de sufrimiento, más tullido que un protagonista de Dickens.

El problema es que Williams y su aseguradora no son precisamente de los que firman cheques con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios.

Así que, con esa frialdad británica que suele caracterizar al personal, decidieron seguir aquella vieja doctrina de “por supuesto que nos lo creemos, pero vamos a verificarlo”.

Y para ello, contrataron a unos detectives privados que, cámara en mano, hicieron lo que el servicio secreto británico lleva siglos perfeccionando: vigilar a alguien sin que se dé cuenta.

Y ahí se encontraron al amigo Keith, que decía no poder moverse, cargando cajas, haciendo compras, subiendo escaleras como un jabato y, en general, disfrutando de la vida con la movilidad de Fred Astaire.

Ante estas pruebas, los del seguro no se cortaron un pelo y sacaron la artillería pesada: alegaron ‘fundamental dishonesty’, o lo que en español se traduce por “nos han tomado por tontos”.

Aquí hay que hacer una pausa para explicar que la ‘fundamental dishonesty’ en Inglaterra es un arma letal:

Tengan en cuenta que en litigios de daños personales, los demandantes normalmente están protegidos respecto a la condena en costas, lo que significa que no pueden ser obligados a pagar las costas del demandado si pierden.

Pero si se prueba que el demandante ha contado auténticas trolas en su reclamación, no sólo perderá el caso, sino que, además, acabará pagando las costas e incluso sanciones penales por tratar de engañar al tribunal, el famoso ‘Contempt of Court’ .

Así que Morris, que esperaba retirarse con una jugosa compensación, de repente se vio ante los tribunales de Su Graciosa Majestad.

EL ARTE DE INTENTAR OCULTAR LO OBVIO

La vista se celebró el 22 de enero de 2025, y no decepcionó, precisamente.

Williams y su séquito de ‘solicitors’ y ‘barristers’  llegaron con la elegancia y la tranquilidad de quien tiene las cartas marcadas.

Y para sorpresa de Morris, presentaron los vídeos donde el supuesto inválido aparecía en pleno apogeo vital

Pero lo importante es que, como guinda del pastel, sacaron a la luz una carta de los abogados del motociclista en la que, bajo el conveniente sello del ‘Without Prejudice’, reconocían que su cliente, pues que había exagerado “un poquito” las cosas.

Evidentemente, la defensa de Morris fue alegar que bajo la etiqueta del ‘Without Prejudice’, esos documentos no podían ser utilizados en juicio como prueba en su contra.

Pero, como bien dijo el Juez Dodsworth, siempre hay excepciones.

En particular, cuando usar ese privilegio sirve para encubrir una mentira descarada.

Pero el abogado de Morris intentó resistir el asedio legal como pudo.

Dijo que esa carta no era una declaración que le vinculara, que las grabaciones no eran concluyentes y que su cliente, aunque aparecía ciertamente ágil en los vídeos, seguía sufriendo de intensísimos dolores en la intimidad.

Pero ‘Judge Dodsworth’ no estaba para muchos cuentos.

Con una precisión quirúrgica, en su sentencia Morris v Williams [2025] EWHC 218 (KB)  desmontó los argumentos de Morris y dejó claro que lo que había aquí no era un error, sino un intento deliberado de engañar al tribunal.

Algo que en Inglaterra y Gales se toman pero que muy en serio.

El resultado es que no sólo aceptó la carta como prueba, sino que el caso de Morris quedó dinamitado.

El juez desestimó la demanda de un plumazo, calificó la conducta del reclamante como “fundamental dishonesty” y, para rematar, le ordenó pagar todas las costas del proceso.

Un auténtico pastizal contando a los propios ‘solicitors’ y ‘barristers’ como los del contrario.

Así que lo que iba a ser una indemnización sustanciosa acabó siendo un agujero negro.

Y, lo que es peor, su nombre quedó marcado en los archivos judiciales como un ejemplo de lo que no se debe hacer, pasando a estar más fichado que el Torete.

MORALEJA: EN INGLATERRA, LA PICARESCA SALE CARA

Bueno, pues ya vemos que el caso de Morris contra Williams es un buen recordatorio más de que el derecho inglés no es precisamente indulgente con los que intentan jugar con las reglas del sistema para aprovecharse del sistema.

Aunque en otros países seguramente le hubieran dado a Morris un premio, en Inglaterra, sin embargo, las mentiras procesales se pagan pero que muy caras.

Y es que aquí los tribunales no sólo buscan hacer justicia material, sino también mandar un mensaje al personal que se pasa de listo.

Y el mensaje de la ‘High Court’ en este caso es claro: las mentiras tienen las ruedas muy cortas.

Hasta la semana que viene, mis queridos anglófilos.

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